“¿Por qué unas vacas engordan más que otras comiendo lo mismo? El secreto detrás del aprovechamiento del alimento”


En la ganadería, uno de los factores clave para lograr una producción eficiente es que el ganado aproveche bien el alimento. Sin embargo, no es raro que en una misma finca, bajo las mismas condiciones de alimentación, haya vacas que aumentan de peso o producen más leche, mientras otras apenas muestran mejoras. ¿A qué se debe esta diferencia? ¿Por qué algunas vacas parecen convertir el alimento en energía de manera más eficiente? La respuesta está en una combinación de genética, salud, manejo y nutrición, y conocerla puede marcar una gran diferencia en los resultados productivos.


Genética: el punto de partida


Cada vaca es genéticamente única, y esa genética influye directamente en cómo su cuerpo utiliza los nutrientes. Algunas vacas tienen una mejor eficiencia alimenticia, es decir, necesitan menos alimento para ganar peso o producir leche. Este rasgo se hereda, por lo que es posible mejorarlo con una buena selección genética. Invertir en toros o embriones con líneas genéticas reconocidas por su eficiencia puede ser un paso importante hacia una producción más rentable.


Salud ruminal: un factor invisible pero crucial


La eficiencia en el aprovechamiento del alimento depende en gran parte del funcionamiento del rumen, el principal estómago de la vaca. En el rumen viven millones de microorganismos (bacterias, protozoos, hongos) que descomponen los alimentos y convierten la fibra en energía utilizable. Si una vaca tiene un desequilibrio en su flora ruminal, debido a cambios bruscos en la dieta, estrés o enfermedades, su capacidad para digerir y absorber los nutrientes disminuye.


Esto explica por qué dos vacas con la misma ración pueden tener rendimientos muy diferentes: una con un rumen sano lo aprovechará al máximo, mientras otra con problemas digestivos apenas obtendrá beneficios.


Parásitos y enfermedades: los enemigos silenciosos


Parásitos internos y enfermedades crónicas como la mastitis o problemas respiratorios también afectan la eficiencia alimenticia. Una vaca enferma gasta energía en combatir la enfermedad, por lo que menos nutrientes se destinan a la producción. Además, los parásitos intestinales compiten por los nutrientes que deberían ser absorbidos por la vaca.


Por eso, un programa regular de desparasitación y control sanitario es esencial. No basta con alimentar bien a los animales si no están sanos para aprovechar ese alimento.


Manejo y confort: más allá de la comida


El estrés también reduce la eficiencia alimenticia. Factores como el calor excesivo, la falta de sombra, el hacinamiento o los cambios frecuentes en la rutina pueden causar que la vaca coma menos o digiera peor. Proveer un ambiente cómodo, limpio y con acceso constante a agua fresca mejora no solo el bienestar del animal, sino también su conversión alimenticia.


¿Qué se puede hacer para mejorar?

Seleccionar genéticamente vacas eficientes.

Garantizar una dieta balanceada y adaptada a cada etapa de producción.

Realizar monitoreos frecuentes del estado corporal y ajustar las raciones según la necesidad individual.

Mantener programas de salud preventiva, incluyendo vacunación y desparasitación.

Asegurar el confort animal, incluyendo sombra, ventilación y espacio suficiente.


Conclusión


La diferencia entre una vaca que aprovecha bien el alimento y otra que no, va mucho más allá de lo que come. Entender los factores que influyen en esta eficiencia permite tomar decisiones estratégicas que mejoran la rentabilidad del hato. Una vaca eficiente no solo engorda más o da más leche, sino que lo hace con menor costo, lo cual es el objetivo de toda producción ganadera moderna. Por eso, invertir en genética, salud y manejo no es un gasto, sino una inversión con retorno garantizado.

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